jueves, 8 de marzo de 2012

Una nueva vida para ti

Con motivo del Día Internacional de la Mujer, os presento el relato que me publicaron en el libro Lingua Madre 2009. Recién llegada a Italia me sorprendió que también aquí se daban muchos casos de violencia de género, como en España, y escribí la historia de una mujer maltratada por su marido.

UNA NUEVA VIDA PARA TI

María estaba angustiada, sus hijos, Daniel de 8 años y Sara de 5, estaban con ella. Tocó el timbre. Una mujer de cara dulce les abrió la puerta:
- Bienvenidos, os estábamos esperando, pasad.
Entraron los tres, en aquel lugar se respiraba tranquilidad. Todos se sentaron:
- María, cuéntamelo todo, desde el principio, te desahogarás. – Le pidió la mujer.
- De acuerdo, conocí a Miguel hace 11 años, él vino a vivir a mi ciudad porque le habían destinado, ya sabes que es policía. Al principio todo era maravilloso, él era amable, muy cariñoso, me enamoré y dos años después ya estábamos casados. Por desgracia, fue entonces cuando todo cambió. Empezaron los problemas, primero fueron pequeños reproches: esta camisa está mal planchada, por qué no tienes la cena preparada para cuando llego si sabes que me gusta cenar a esta hora, déjame ver la televisión tranquilo que llego cansado de trabajar… Poco a poco, cada vez que tenía un mal día en el trabajo lo pagaba conmigo y los reproches se fueron convirtiendo en gritos: cómo tengo que decirte las cosas, no vas a aprender nunca. Pero después siempre había un beso y un “perdóname” que me hacía olvidar sus palabras. Yo intentaba comprenderle y le excusaba porque su trabajo es muy difícil. La primera vez que me pegó fue cuando Daniel tenía dos meses, fue un bebé que dormía poco y lloraba mucho. Después de una noche en la que apenas pudimos pegar ojo, él me echó en cara que era una mala madre porque ni siquiera sabía hacer dormir a nuestro hijo, le dije que si creía que era tan fácil él también podía intentarlo, me dio un guantazo y me dijo: “No me digas lo que tengo que hacer, inútil, cuando aprendas a hacer tus cosas bien podrás dar consejos a los demás”. Luego me abrazó y me pidió perdón llorando igual que cuando me gritaba y yo terminaba llorando: “Perdóname, no quería hacerlo, es que estoy tan cansado, necesitamos dormir y el pequeño no nos deja”.

María se echó a llorar y Daniel le cogió la mano:
- Mamá, no llores, ya no tenemos que verle más
- Claro que no, mi vida.
Se secó las lágrimas, respiró hondo y continuó:
- Los bofetones empezaron a ser habituales, primero los gritos y al final, una bofetada, después, claro, sus besos y abrazos: “Perdóname, mi vida, no quería hacerlo, eres lo que más quiero en este mundo”. Sin darme cuenta, el miedo empezó a adueñarse de mí, temblaba cuando se acercaba la hora de que él volviera a casa, qué habremos hecho mal hoy Daniel o yo. Porque todo lo que hacía el niño y a él le parecía que estaba mal, era por mi culpa, por mi incapacidad para educarle bien, pero, por suerte, a él no le pegaba, siempre recibía yo los golpes.

Paró de nuevo para beber agua.
- Los únicos momentos de aparente felicidad eran cuando estábamos con otra gente, se comportaba como un marido modelo, jamás nadie hubiera sospechado que en casa casi cada día me trataba de esta manera. Cuando estaba embarazada por segunda vez la historia siguió igual, hasta que cuando estaba de 7 meses, que apenas podía moverme por el tamaño de mi tripa, llegó a casa un día y todo estaba patas arriba. Me propinó tal paliza que se me adelantó el parto. Por suerte, Sara nació sana, pero los médicos vieron los hematomas y me preguntaron. ¿Cómo iba a decirles que mi marido me había pegado? Me moría de la vergüenza. Les dije que me había caído por las escaleras, que ya estaba muy torpe y me tropecé. Dudo que me creyeran, pero al menos me dejaron tranquila.

Tragó saliva y tomó a sus dos pequeños de las manos.
- Me sentía tan culpable por no ser capaz de parar esto que no me atrevía a contárselo a nadie. Ni siquiera a mi familia, ellos pensaban que él era perfecto como marido y padre de familia, pensarían que estaba loca. Cuando nos dieron el alta, la vida en casa no mejoró, Sara se portaba mejor que Daniel, pero supe que ya nada volvería a ser lo mismo. Intenté mejorar, hacer lo que a él le gustaba, para agradarle y no enfadarle y sobre todo para proteger a mis hijos, no quería que los tocara. Sin embargo nada de lo que yo hacía le contentaba y el maltrato psicológico era diario. Volvió a pegarme. No fui al hospital, cuando él se marchó de casa sólo me atreví a llamar a una de mis vecinas, Rosa, la pobre, me había escuchado llorar tantas veces que supo lo que pasaba. Me curó las heridas y quiso ayudarme: “Denúnciale”, me decía, pero yo no me atrevía: “En el fondo él me quiere, me lo dice, y es que está cansado por los turnos y se pone nervioso”. Lo único que hacía era engañarme a mí misma, negar lo evidente.

Volvió a tomar aire y continuó:
- Después tuvimos una temporada más tranquila, nos cambiamos de ciudad, por un nuevo destino que le dieron a él y parecía que estaba más tranquilo. Pero la gente no cambia y el monstruo que tiene dentro se despertó de nuevo. Los insultos y las humillaciones volvieron y reapareció el miedo. Además, nuestros hijos eran más mayores y empezaban a darse cuenta de lo que pasaba, aunque nunca me pegaba delante de ellos. De nuevo un día me dio una paliza y tuve que ir al hospital, era tan obvio lo que había pasado que los médicos me dijeron que tenían que denunciar aunque yo no lo hiciera. Les rogué que no lo hicieran, la denuncia no llegaría lejos, porque él conseguiría que alguno de sus superiores la archivara. Y así fue, su intachable expediente en la Policía le sirvió para convencer a su jefe de que los médicos estaban inventando, de hecho yo no le había denunciado. No sabía lo que me ocurría: le amaba y al mismo tiempo le temía. No podía estar sin él, pero estar a su lado acabaría conmigo. El miedo me impedía reaccionar, no me daba cuenta de que me había anulado completamente, yo ya no era yo misma, sino una marioneta en sus manos.
Pero un día, mientras me pegaba, Daniel se levantó de la cama y quiso ayudarme. También le pegó a él. ¿Cómo había podido permitir esto? Entonces, se me cayó la venda de los ojos y me di cuenta de que no le necesitábamos para vivir. Llamé a Valentina, la asistente social, y le pedí ayuda. Me dijo: “Coge a tus hijos y lo estrictamente necesario y venid al piso de acogida”. Así lo hice, y pensé que nuestros problemas acabarían allí, pero me equivocaba. Me llamaba al móvil continuamente: “Perdóname, por favor, no volverá a pasar, quiero mucho a los niños y ti te amo con locura”... Con locura... Esta mañana, cuando íbamos al colegio ha aparecido, estaba borracho, nunca lo había visto tan fuera de sí, me ha cogido del brazo para obligarme a subir al coche, hemos forcejeado, los niños han empezado a gritar y a llorar, yo también: “¡Por favor, déjanos!”. Me ha empujado y me he caído al suelo, entonces he visto la ira en sus ojos, ha sacado su pistola, me ha apuntado y... ya no me acuerdo de lo que ha pasado después.
- De acuerdo, María, no es fácil de decir... Miguel te ha matado y después a los dos pequeños. Luego ha intentado suicidarse, pero se salvará y tendrá que vivir pagando por lo que os ha hecho. Lo que ha pasado es horrible, pero ahora empieza una nueva vida para ti y tus hijos aquí.


Dedicado a todas las mujeres que han sido,
son y, por desgracia, serán maltratadas, sois ángeles en el cielo.

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