jueves, 8 de mayo de 2014

La mujer campana

Yo tendría que estar haciendo un ejercicio de mi curso, pero estoy escasa de inspiración, así que he recuperado esta tontería que escribí hace casi un año, para el curso que hacía entonces. Un poco de ironía ahora que ha llegado el buen tiempo y empezaremos a pensar en destaparnos un poco.

Llegó el verano y, con él, el momento de lucir palmito y destapar nuestros cuerpos. Y también llegó el momento en el que se nos cae el alma a los pies al vernos ante el espejo. Los “estragos” de la edad, los embarazos y el relax que supone ir tapada de cabo a rabo todo el invierno ahora saltan escandalosamente a la vista.
Me probé el bikini que tenía. Bueno, podría haber sido peor. De momento, no reventaba y eso ya era mucho. Me convencí de que una vez depilada y con un poco más de color, hasta me vería bien.
Repasé el armario y vi que necesitaba alguna cosa. Así que salí a comprarme ropa, nada del otro mundo, entre otras cosas, unos simples pantalones cortos, que me llegaran hasta por encima de la rodilla para ir fresquita. Pero cuál fue mi sorpresa al comprobar que este año no se llevan. Vaya. No, se llevan los shorts, o sea, cortos cortísimos. ¿A dónde voy yo ahí metida? Bueno, metida me gustaría estar, porque en esos pantaloncitos me salgo por todas partes. Me probé unos y me vi fatal, ridícula. De verdad, un horror: mi barriga, que se dio de sí tras los embarazos, se descolgaba en caída libre por encima del tiro bajo; mis posaderas, rebosaban, de acuerdo con mis caderas, y parecía que llevase la luna llena colocada en la parte baja de mi espalda; y los muslos, que un día fueron firmes, lucían de punta a punta gracias a la poca tela del short, cubiertos de piel de naranja y de arañitas vasculares. Me pateé toda la zona comercial y no hubo manera.
—Las tendencias de esta temporada son estas —me dijo la dependienta con cara de aburrimiento y con toda la desgana del mundo, como si llevara trabajando una vida entera, y seguramente llevase… ¿un mes? Me echó un vistazo de arriba abajo, creo que me pesó y me tomó las medidas mentalmente y, torciendo el morro, añadió—. Es lo que hay.
Foto tomada de www.comprasdemoda.com

Vale, entendido, me lo tenía que decir la niñata de la tienda para que yo me cayera del guindo. “Es lo que hay, si no cabes, te buscas la vida en las tallas grandes o en moda para señora, porque en las tiendas que marcan tendencia, es lo que hay”.
Me puse de muy mala leche. De nuevo caí en la cuenta de que me tengo que vestir como me mandan los que marcan las tendencias. Me pregunto si los diseñadores no tienen un puntito misógino. Creo que nos odian, bueno, no sólo a las mujeres, también a los hombres. Esas ropas tan entalladas y ajustadas. Esa manía de fabricar sólo tallas para esqueléticos. XS extra small. Piensan sólo en jovencitas muy delgadas. ¿No se han fijado en que la inmensa mayoría somos gente normal? Conclusión: los diseñadores están amargados y enfadados con el mundo.
Me planteé comprarme cremas reductoras, hacer dieta o apuntarme al gimnasio. Luego recapacité. No soy lo bastante constante para obtener resultados con las cremas; me falta fuerza de voluntad y me gusta demasiado cocinar y disfrutar de lo que preparo como para hacer dieta; y el gimnasio,... eso de pedalear en una bici que no me lleva a ninguna parte, rodeada de gente obsesionada por esculpir músculos, no me llama. Conclusión: no hay remedio.
Había que reconocerlo, me había pillado el toro, no me había cuidado nada. Soy una mujer de cuarenta años del montón. ¿Tendré que empezar a cambiar de estilo? Me vi yendo a comprarme camisas grandes que hicieran de campana sobre mis curvas y mallas ajustadas que convirtieran mis piernas en el badajo de la campana. Me fui a casa más cabreada que deprimida por no haber encontrado nada que comprarme. No era culpa mía, sino de los malditos diseñadores de moda y de las diabólicas tiendas esclavizadoras.
Lo dejé correr y tiré con la ropa que pude salvar del armario. Pero hoy iba en el autobús y he visto un maniquí en un escaparate con los pantalones cortos que yo buscaba. Por un momento he pensado en bajarme en la siguiente parada y volar a comprármelos. Pero no, he seguido con el plan de la mañana y, al terminar, me he acercado hasta la tienda. Iba cruzando los dedos, porque ayer empezaron las rebajas y temía que hubieran volado mientras resolvía mis asuntos. Sin embargo he tenido suerte y he salido de la tienda con mis ansiados pantalones cortos que algún diseñador de tercera hizo pensando en la gente normal.
           Para el año que viene prometo enmendarme: durante el invierno me cuidaré más, iré a todas partes caminando en lugar de coger el coche o el bus, subiré por las escaleras en vez de usar siempre el ascensor y haré alguna abdominal. Este año me he salvado de convertirme en la mujer campana, pero está claro que no puedo bajar la guardia. Para el año que viene, espero salvarme también, sea porque me he cuidado, sea porque otro diseñador de tercera piense en mí o sea porque los diseñadores marca-tendencias se acuerden de que venderían más si pensaran en la gente normal que no quiere convertirse en mujer campana.