Acabo de encontrar esta entrada que
escribí hace un año y no había publicado, así que hoy me parece un día
estupendo para publicarla. Vamos allá.
Hemos salido con los monopatines por el
paseo de la playa las peques y yo. Ruth me pregunta:
—¿Puedo ir a mojarme los pies?
—Hombre, pues no —le digo—. No
ves que no hay nadie en el agua, seguro que está muy fría.
—Pero si sólo me mojaré los
pies —y pone las manos juntas, como si rogara a un santo, y los ojitos implorantes—, por favor, por favor .
—Ya, pero es que si vamos
hasta la orilla, tenemos que dejar aquí los monopatines solos, y para cuando
volvamos, igual ya no están.
—Pues que se quede Judith
cuidándolos.
—Pero si es muy pequeña, ¿qué
va a hacer si viene alguien y se los lleva?
—¡Pues luchar! —me asalta la duda sobre los dibujos
que ven en la tele.
Me echo a reír y le digo:
—¡Si solo tiene cuatro años!
—Pero tiene mucha fuerza
Otra vez se me escapa la risa.
—Ya, parece que tiene mucha
fuerza cuando os peleáis entre vosotras, pero con alguien más grande... Yo creo
que no iba a poder.
—Bueno, entonces, yo también
vigilo desde la orilla y si veo que alguien se los quiere quitar, vengo y
luchamos las dos.
Lo tenemos claro: la unión
hace la fuerza.