jueves, 10 de marzo de 2016

El hijo postizo. Ver para creer

Una y otra vez pienso que ya no pueden sorprenderme y una y otra vez me equivoco. Hoy me ha llegado un correo electrónico de una página de Internet que me ha dejado entre sorprendida e indignada. Se acerca el “Día del Padre” y se les ha ocurrido el servicio “hijo postizo”, que puedes contratar para que felicite hasta tres veces a tu padre el día 19 si tú no tienes tiempo de hacerlo. ¿PERDONA? Cuando he salido del estado de shock en el que he caído, he entrado en el link, para poder hablar con propiedad.

Bien, pues te dicen que saben “que le quieres, un montón, pero que tu día a día (los niños, el trabajo, las cervezas con los colegas…) te impiden sacar tiempo para tu padre”. Así, literal. Tu sustituto le mandará un mail por la mañana para felicitarle, le llamará a mediodía para charlar un rato con él (sobre fútbol, política o lo que tú propongas) y le mandará un whats’app por la noche. Para rematar, van y te dicen: “Demuéstrale que estás… sin estar”. ¿Se puede ser más sinvergüenza?

A mí, la verdad, me parece que un regalo así es una auténtica falta de respeto hacia tu padre: “Mira, papá, no estás entre mi prioridades, es que ni en el Día del Padre voy a buscar dos minutos para tomarme un trago contigo o para charlar, que he quedado con mis amigos. Así que te mando un sustituto”. Sí, vaya, veo al padre encantado con el detallazo. Igual te manda a... porque resulta que el hijo que le has pagado para que le dé el cariño y el tiempo que tú no le das, le parece mejor que tú...

Yo no sé quién habrá sido la mente pensante que ha ideado este regalo. Lo mismo es una idea importada de EE.UU., que son mucho de hacer este tipo de tonterías. El caso es que ya estoy esperando un mail similar para el “Día de la Madre”, otro de unos Reyes Magos postizos para padres que estén muy liados para hacer de pajes de Sus Majestades de Oriente y, el mejor, sin duda, uno para San Valentín en el que te ofrezcan el marido postizo o la mujer postiza que cumpla con tu pareja porque tú no vas a poder. Cómo dicen por ahí: “¿A dónde vamos a llegar?” Muy fuerte…

Foto capturada del mail que he recibido y que si clico me lleva a la web de regalos.
Aquí os dejo el enlace, por si alguien quiere comprar el regalazo...
https://regalador.com/es/43969/hijo-postizo-para-felicitar-el-dia-del-padre/?utm_source=Newsletter+de+Regalador.com&utm_campaign=7ca883de18-Hijo_postizo&utm_medium=email&utm_term=0_6dddd9ef46-7ca883de18-416970505




martes, 8 de marzo de 2016

NO TE OLVIDES DE REGAR LAS PLANTAS

Este es el relato que presenté al 16º Concurso Literario "Relats de Dones" que organizan el Servei d'Informació i Atenció a les Dones y el Consell Municipal de les Dones del Ayuntamiento de Tarragona dentro de las celebraciones del Día Internacional de la Mujer. La entrega de premios ha sido hoy, martes 08 de marzo, y "No t'oblidis de regar les plantes" (No te olvides de regar las plantas") ha ganado el tercer premio. Este año no estaba tan nerviosa como el pasado y hasta me he atrevido a leerlo yo misma delante de todos. Además me he portado mejor y he presentado un relato menos puñetero.



NO TE OLVIDES DE REGAR LAS PLANTAS.
Catalina acababa de irse. Hacía ya un año y medio que venía. Era muy educada y hablaba poco, sería porque no hablaba el español muy bien. Ayudaba a Jaume a vestir a Roser, hacía las faenas de casa y hacía de comer.
—Mira, Roser, Catalina ha preparado unas verduras y un poco de pollo, ¿querrás? —le preguntó Jaume.
—No me gusta, ¡no quiero! —y Roser se cruzó de brazos enfadada.
—Pues no te daré ninguna chuchería. Tú misma —y suspiró.
Jaume puso la mesa mientras Roser veía los dibujos. Luego, empujó la silla de ruedas hasta la cocina. Roser comió cuatro cucharadas de menestra y un trozo de pechuga empanada y, de postre, medio flan. El resto lo chafó con la cucharilla. Hacía dos días que Jaume no se sentía capaz de tragar nada.
—¿Qué te apetece más, Roser, un chupa-chups o una gominola?
—¡Una gominola, un osito! —empezó a aplaudir.
—Vale, ¿lo quieres amarillo o verde? —le ofreció dos que tenía en la mano.
—¡Este, este! —dijo Roser señalando uno que estaba en el fondo de la bolsa— Y tú, no te comas ninguna gominola, que son todas mías.
—No, mujer, tranquila.
Guardó la bolsa y después volvió a dejar a Roser delante de la televisión y, cuando tuvo la cocina recogida, fue a la sala y cogió el álbum.
—Mira, Roser, ¿quién es ésta? —le preguntó señalando una foto.
—Madre.
—No, eres tú, cuando llegaste del pueblo a Tarragona.
Roser le sonrió como si le estuvieran hablando en una lengua extranjera y no entendiera ni una palabra.
—¿Y éste?
—Éste eres tú.
—Muy bien, Roser, y ¿quién soy yo? Tu...
—Mi... —cerró los ojos como haciendo fuerza para recordar mejor— Mi hermano, Pau.
—No, mujer, no, soy tu marido, Jaume.
—¡Que no! —rió—, que eres mi hermano. Yo aún no me he casado.
—Y estos son Anna y Albert, nuestros hijos —era una foto de los dos en bañador cuando eran pequeños.
Roser lo miró con los ojos muy abiertos.
—¡Qué niños tan guapos! Lástima que no tengan dinero para vestirse.
—Y ahora son así. Míralos qué majos.
—Estos señores —dijo señalándolos con el índice— vinieron una vez a mi casa —puso su mano en el antebrazo de Jaume y añadió en voz baja— y eran muy pesado, querían darme besos y no me gustaba.
Antes de que Roser empezara a olvidarse de todo, hacía ya más de cuatro años, Anna y Albert venían a menudo a casa con los niños y las parejas. Roser cocinaba y siempre hacía de más para que sobrara y poder ponerles un tuper. Pero ahora sólo venían de vez en cuando. Anna encargaba la comida, que no querían dar trabajo. Y, aunque no la daban, tampoco la quitaban. Todos tenían mucho trabajo y tenían que cuidar a los niños. A Jaume le sabía fatal no poder ayudarles con los nietos, como hacían antes. Pero ellos tampoco estaban disponibles nunca cuando les llamaba. Por eso había ido solo al médico dos días antes y Roser se había quedado con la vecina.
—Y estos son nuestros nietos: Eva y Oriol de Anna y Biel de Albert.
—No quiero ser amiga de esta niña nunca más —señaló a Eva en la foto—, es mala, me ha quitado mi muñeca y no quiere devolvérmela.
—Eso no es verdad —le riñó.
—Sí que lo es —y movió la cabeza de abajo a arriba—. Pau, ¿puedes traerme el costurero? Si no me espabilo, llegará la boda y no tendré el ajuar listo.
Jaume guardó el álbum y le llevó el costurero. Dentro había de todo: hilo, tijeras, agujas… todo de juguete. Roser empezó a coser, cantaba en voz baja, como cuando los niños eran pequeños y los dormía acunándolos. Jaume le acarició la mejilla y ella le sonrió.

 Jaume se sentó en el sofá, cerca de Roser. Cerró los ojos. Y dos lágrimas resbalaron por sus mejillas. Le vino a la mente la visita con el médico.
—Y este tumor… ¿es muy grande?
—Pues no lo sabemos, por eso hay que operar. Pero es mejor que vuelva con sus hijos o algún pariente otro día y yo les explicaré todo.
Como había hecho un cursillo de Internet en el hogar del jubilado, miró cuánta gente sobrevivía al cáncer de pulmón. No mucha. Qué mala suerte. Ya se lo decía Roser, que no fumara tanto. Y ahora, ¿cómo se las apañarían? ¿Cómo cuidaría de Roser si alguno tendría que cuidarlo a él? ¿Y si no salía de la operación? Anna y Albert tendrían que ayudarles, ellos, siempre tan ocupados. No quería ser una carga.

Todavía estuvo un rato allí. Luego suspiró, se levantó y fue a la habitación. En la libreta de ahorro había sólo ciento doce euros y estaban a día diecisiete. “Las pesetas cundían más, ¡joder!”. Se le escapaban las lágrimas. Fue a la cocina y cogió una banqueta que llevó al balcón y empujó hasta que tocó con la barandilla. Entonces miró las plantas. No hacía muchos días que las había regado. Aún así, buscó la regadera, volvió a la cocina y abrió el grifo. Las plantas de Roser siempre fueron la envidia del vecindario. La primera vez que se fue con los niños a veranear al pueblo le dijo: “No te olvides de regar las plantas”. Pero no se acordó y se secaron todas. Cuando Roser se enteró, se puso... Jaume no volvió a olvidarse nunca más de regarlas. Cuando la regadera se llenó, salió y regó todas.

Cuando acabó, entró y se acercó a Roser.
—Te quiero mucho —y le dio un beso en la frente.
—Pau, ¿puedes llevarle tú la merienda a padre que yo tengo que terminar esta sábana?
—No te preocupes, yo me encargo.
—Gracias —lo agarró de la mano para que no se fuera—. Yo también te quiero.
Jaume empezó a llorar.
—No llores, hijo mío, que los Reyes ya te traerán otro coche.
—Tienes razón —se secó las lágrimas.

Le dio otro beso y salió al balcón. Apoyó las manos en la barandilla y suspiró profundamente. De nuevo se le llenaron los ojos de lágrimas. “Se llevaran a Roser a un sitio en el que la cuidarán y donde habrá alguien que riegue las plantas para que estén siempre preciosas, como a ella le gusta”, pensó. Subió a la banqueta y saltó.

NO T'OBLIDIS DE REGAR LES PLANTES

Aquest és el relat que vaig presentar al 16è Concurs Literari "Relats de Dones" que organitzen el Servei d'Informació i Atenció a les Dones i el Consell Municipal de les Dones de l'Ajuntament de Tarragona dins de les celebracions del Dia Internacional de la Dona. El lliurament de premis ha sigut avui, dimarts 08 de març, i "No t'oblidis de regar les plantes" ha guanyat el tercer premi. Enguany no estava tan nerviosa com l'any passat i fins i tot m'he atrevit a llegir-lo jo mateixa davant de tothom. I a més he sigut una mica més bona i he presentat un relat menys punyeter.


NO T'OBLIDIS DE REGAR LES PLANTES
La Catalina acabava de marxar. Feia ja un any i mig que venia. Era molt educada i parlava molt poc, devia ser perquè no parlava prou bé el català. Ajudava al Jaume a endreçar la Roser, feia les feines de casa i cuinava el dinar.
—Mira, Roser, la Catalina ha preparat unes verdures i una mica de pollastre, que en voldràs? —li va demanar el Jaume.
—No m’agrada, no vull! —i la Roser va encreuar els braços emprenyada.
—Doncs no et donaré cap llaminadura. Tu mateixa —i va a sospirar.
El Jaume va parar la taula mentre la Roser mirava els dibuixos. Després, va empènyer la cadira de rodes cap a la cuina. La Roser va menjar quatre cullerades de minestra i un tros de pollastre arrebossat i, per postres, mig flam. La resta la va aixafar amb la cullereta. Feia dos dies que el Jaume no es veia capaç d’empassar-se res.
—Què t’estimes més, Roser, un xupa-xups o una gominola?
—Una gominola, un osset! —es va posar a aplaudir.
—Molt bé, el vols groc o verd? —li’n va oferir dos que tenia a la mà.
—Aquest, aquest! —va dir la Roser assenyalant un que era al fons de la bossa— I tu, no mengis cap gominola, que són totes meves.
—No, dona, estigues tranquil·la.
Va guardar la bossa i després va tornar a posar la Roser davant la televisió i, quan va deixar tot disposat a la cuina, va anar a la saleta i va agafar l’àlbum.
—Mira, Roser, qui és aquesta? —va demanar-li assenyalant una foto.
—La mare.
—No, ets tu, quan vas arribar del poble a Tarragona.
La Roser li va somriure com si li estiguessin parlant en una llengua estrangera i no entengués una paraula.
—I aquest?
—Aquest ets tu.
—Molt bé, Roser, i qui sóc jo? El teu...
—El meu... —va tancar els ulls com fent força per a recordar millor— El meu germà, el Pau.
—No, dona, no, sóc el teu home, el Jaume.
—Que no —va riure—, que ets el meu germà. Jo encara no m’he casat.
—I aquests són l’Anna i l’Albert, els nostres fills —era una foto dels dos en banyador quan eren petits.
La Roser li va mirar amb els ulls molt oberts.
—Quins nens més bonics! Llàstima que no tinguin diners per anar vestits.
—I ara són així. Mira’ls que macos.
—Aquests senyors —va dir assenyalant-los amb l’índex— van venir una vegada a casa meva —va posar la seva mà a l’avantbraç del Jaume i va afegir amb veu baixa— i eren feixucs, volien fer-me petons i a mi no m’agradava.
Abans que la Roser comencés a oblidar-se de tot, ja fa més de quatre anys, l’Anna i l’Albert venien sovint a casa amb la canalla i les parelles. La Roser cuinava i sempre feia de més perquè en sobrés i posar-los una carmanyola. Però ara només venien alguna vegada. L’Anna encarregava el menjar, que no volien donar feina. Però, tot i que no donaven feina, tampoc la treien. Tots treballaven molt i havien de tenir cura dels fills. Al Jaume ja li sabia greu no poder donar-los un cop de mà amb els néts, com feien abans. Però ells tampoc estaven mai disponibles quan els trucava. Per això havia anat al metge tot sol dos dies abans i la Roser s’havia quedat amb la veïna.
—I aquests són els nostres néts: l’Eva i l’Oriol de l’Anna i el Biel de l’Albert.
—Jo no vull ser més l’amiga d’aquesta nena—va assenyalar l’Eva a la foto—, és dolenta, m’ha tret la meva nina i no me la vol tornar.
—Això no és veritat —la va renyar.
—Sí que ho és —i va moure el cap de dalt a baix—. Pau, que em pots portar el cosidor? Si no m’espavilo, arribaren les noces i no tindré el dot acabat.
El Jaume va guardar l’àlbum i li va portar el cosidor. A dins hi havia de tot: fil, estisores, agulles,... tot de joguina. La Roser va començar a cosir, cantava en veu baixa, com quan els nens eren petits i els adormia gronxant-los. El Jaume li va acaronar la galta i ella li va somriure.

 Jaume va seure al sofà, a prop de la Roser. Va tancar els ulls. I dues llàgrimes li van relliscar per les galtes. Li va venir al cap la visita amb el metge.
—I aquest tumor... que és molt gran?
—Doncs no ho sabem, per això s’ha d’operar. Però és millor que torni amb els fills o algun parent un altre dia i jo els explicaré tot.
Com que havia fet un curset d’Internet al casal de gent gran, va mirar quanta gent sobrevivia a un càncer de pulmó. No gaire. Quina mala sort. Ja s’ho deia la Roser, que no fumés tant. I ara com s’ho farien? Com tindria cura de la Roser si algú hauria de tenir cura d’ell? I si no sortia de l’operació? L’Anna i l’Albert haurien d’ajudar-los, ells, sempre tan enfeinats. No volia ser una càrrega.

Encara va estar-se una estona allí. Després va sospirar, es va aixecar i va anar a l’habitació. A la llibreta d’estalvis hi havia només cent dotze euros i eren a dia disset. “Les pessetes condien més, collons!”. Se li escapaven les llàgrimes. Va anar a la cuina i va agafar una banqueta que va portar al balcó i va empènyer fins que va topar amb la barana. Llavors va mirar les plantes. No feia tants dies que les havia regat. Tot i això, va buscar la regadora, va tornar a la cuina i va obrir l’aixeta. Les plantes de la Roser van ser sempre l’enveja de tot el veïnat. La primera vegada que va marxar amb els nens petits a estiuejar al poble li va dir: “No t’oblidis de regar les plantes”. Però no es va recordar i es van assecar totes. Quan la Roser ho va descobrir es va posar... El Jaume ja no es va tornar a oblidar mai més de regar-les. Quan la regadora era plena, va sortir i va regar totes.

Quan va acabar, va entrar i va apropar-se a la Roser.
—T’estimo molt —i li va fer un petó al front.
—Pau, pots portar-li tu el berenar al pare que jo he d’acabar aquest llençol?
—No et preocupis, ja me n’encarrego jo.
—Gràcies —el va agafar de la mà perquè no marxés—. Jo també t’estimo.
El Jaume va començar a plorar.
—No ploris, fill meu, que els Reis ja et portaran un altre cotxet.
—Tens raó —es va eixugar les llàgrimes.
Li va fer un altre petó i va sortir al balcó. Va posar les mans a la barana i va sospirar profundament. Se’l van tornar a omplir els ulls de llàgrimes. “Es portaran la Roser en un lloc on tindran cura d’ella i on hi serà algú que regarà les plantes perquè estiguin sempre precioses, com a ella li agrada”, va pensar. Va pujar a la banqueta i va saltar.