martes, 16 de enero de 2018

Quesitos (relato completo)

El mes pasado me publicaron en EL NARRATORIO Antología Literaria Digital Nº 22 Diciembre 2017 Año 2 mi relato QUESITOS. Puesto que ya han publicado el nuevo número de la antología, hoy publico aquí el relato completo.


QUESITOS

—¡Mamá, mamá! ¿Estás ahí? —nadie respondió.

Había abierto los ojos, pero la claridad me obligó a cerrarlos. Me los tapé con la mano y fui entreabriéndolos hasta acostumbrarme a la luz. Me dolía mucho la cabeza. Me la agarré con las dos manos. Luego me la froté y, al llegar a la nuca, noté una especie de grano, del tamaño de un garbanzo. Me incorporé como pude en la cama. Aquella no era mi habitación. Me asusté. Las paredes eran plateadas, paneles lisos unidos por perfiles de metal con remaches, sin ventanas, sólo había una puerta. Llamé otra vez:

—¿Mamá?

Tampoco obtuve respuesta. Tenía diez años y, la verdad, nunca había pasado la noche fuera de casa. Me preocupé. Hasta que oí unos pasos detrás de la puerta. Me puse en pie de un brinco para pedir ayuda a quien estuviera al otro lado, pero, antes de llegar, la puerta se abrió y apareció una hormiga casi tan alta como yo. Corrí horrorizado y gritando hacia el otro lado de la habitación. Quise trepar por la pared, pero no había dónde agarrarse. Lloré. Pensé que era el fin. Miré de reojo a la hormiga. No se había movido de la puerta, me miraba impasible, sólo movía las antenas lentamente. Cuando dejé de gritar, me habló:

—Cálmese, por favor —dijo con tono suave—. No se preocupe, Dios Rubén.

Sabe mi nombre y me llama Dios. No puede ser. Una hormiga que me habla y que es tan grande como yo. O yo tan pequeño como ella. Esté claro: es una pesadilla y en nada, me despierto. Me pellizqué el brazo. Sólo conseguí hacerme daño.

—Soy el coronel Micrón, si es tan amable de acompañarme —giró sobre sí misma y echó a andar por el pasillo.

Pensé en no moverme de allí, pero quizás fuese la única oportunidad de salir de esa habitación, así que la seguí. Sentí el frío del suelo en los pies, iba descalzo. Me los miré y no los reconocí, eran grandes. Igual que mis manos y mis brazos llenos de vello. Me toqué la barbilla y descubrí que tenía barba. Caminamos por una serie de pasadizos, todos con las paredes como las de la habitación, sin ventanas, iluminados con la misma luz blanquecina e intensa.

Llegamos a una gran sala donde más hormigas hablaban alrededor de una mesa. Al entrar nosotros, guardaron silencio e inclinaron la cabeza a mi paso. El coronel Micrón me indicó una especie de trono, situado en lo alto de una escalinata, para que me sentara. Obedecí. Ninguna habló, parecía que esperábamos a alguien más. Por fin, una puerta a la derecha de la escalinata se abrió y apareció otra hormiga, aún más grande que las demás. Despiértate ya, Rubén, despiértate ya.

—Majestad —le dijo el coronel mientras se retiraba a una esquina de la sala.

Las otras hormigas hicieron una genuflexión. Yo, agarrado a los reposabrazos del trono, era incapaz de moverme. La hormiga grande se paró delante de mí.

—Dios Rubén, nos alegra que por fin haya despertado. Es un honor tenerlo con nosotros —inclinó la cabeza—. Soy la reina de la colonia, la Reina Nórvix. Deseamos ponerle al día de la situación actual.

Asentí. Primero para saber dónde estaba y por qué. Segundo, por miedo a que me atacaran si me negaba. La reina se sentó en otro trono que había en la parte opuesta de la mesa.

—General Velton, por favor, proceda.

Una de las hormigas se levantó, vino hasta el pie de la escalinata y con un mando descolgó del techo una pantalla.

—Dios Rubén, le ruego que escuche atentamente mi explicación. Cualquier duda que le surja, plantéela al final de la misma.

Bien. Como si tuviera otra posibilidad.

—Nos encontramos en la Cámara del Consejo de la Colonia 54281XE —dijo y en la pantalla empezaron a sucederse diapositivas—. La misma se ha desarrollado gracias a su importante aportación de alimentos. Su entrega diaria de lo que llamaba quesito propició el desarrollo de nuestro cuerpo militar.

Como el destello de un relámpago me llegó la imagen de mi madre insistiéndome en el parque cada tarde:

—Rubén, toma los quesitos, que ya sabes que tienen mucho calcio. Te harás grande y con los huesos fuertes.

Lo mismo cada día desde que tengo uso de razón. Ella no sabía que aquella masa densa, pastosa, no me gustaba. Me daban náuseas cada vez que la tenía en la boca, pegándose en cada recoveco de mis dientes. Si le decía que no me gustaba, seguro que me castigaba. Así que los cogía, me iba a jugar y los tiraba por ahí. Hasta que un día vi un hormiguero y se me ocurrió poner los dos quesitos junto a la boca del mismo. Las hormigas se arremolinaron encima. Al día siguiente no quedaba nada de los de la víspera y les dejé los que acababa de darme mi madre. Estuve dejando cada tarde los dichosos quesitos durante años. Mi madre les tenía una fe ciega. ¡Ayer mismo dejé dos!
—Poco a poco —continuó Velton—, cruzando los miembros del cuerpo militar con la Reina, que también se alimentaba con el quesito, se desarrolló una raza superior, más grande, más fuerte y con un exoesqueleto más duro.

Sí, hombre, ahora resulta que va a tener razón mi madre, ¡no te digo! Casi se me escapó la risa.

—Al exterior continuamos enviando las hormigas de tamaño arcaico para no levantar sospechas. Pero la nueva dimensión que adquirieron los miembros de la colonia precisaba galerías y cámaras más amplias. Por ello se ha hecho necesario expandirla y se tomó la decisión de salir a la superficie.

—Gracias, general Velton —interrumpió la Reina—. Continuaré yo.

El general se sentó y la Reina se acercó a la escalinata.

—Hace tres semanas nos organizamos para ocupar la superficie. En primer lugar fuimos a buscarle para ponerle a salvo. Era muy probable que el ejército de su especie llegara a la conclusión de que usted nos había ayudado a desarrollarnos y pensamos que su primer objetivo sería eliminarlo. Localizamos su colonia y, con un picotazo, lo sedamos.

Me toqué de nuevo el garbanzo de mi nuca.

—Actuaron de noche, por lo que al comando encargado no le resultó difícil. Una vez estuvo usted a salvo en nuestras instalaciones, todo nuestro ejército se desplegó por la superficie de lo que llaman ciudad. Cuando salió el sol y los primeros miembros de su especie comenzaron a salir de las colonias, empezamos a someterlos.

—¿A someterlos? —interrumpí angustiado— ¿Qué quiere decir, Reina Nórvix?

—En pocas palabras —me dijo—: hemos esclavizado a los humanos.

—¡Imposible! —Reí— Los humanos tenemos armas muy potentes —presumí—, lo he visto en mi consola.

Todas rieron, incluida la Reina, y yo dejé de hacerlo. Cuando volvió el silencio, ella continuó.

—Nuestras bajas han sido mínimas. Le recuerdo que somos una superespecie gracias a usted. No así las bajas de los humanos. Pero es lo que pasa en las guerras, quizás no lo sabía. Los que han sobrevivido, trabajan para nosotros. Los que no pueden, se convierten en nuestro alimento.

Me pellizque de nuevo, varias veces, quería despertarme ya. Pero no ocurría. Seguía allí.

—¡No, no! —No quería hacerlo, pero se me puso una especie de pelota en la garganta que me impedía tragar— Por mi culpa, todo es por mi culpa.

—¡Cálmese! —Me riñó la Reina— Compórtese como un Dios, un ser todopoderoso. Dentro de un momento subiremos a la superficie para que mis súbditos y los esclavos puedan venerarle y tiene que mostrarse sereno.

—¡No soy un Dios! ¡Sólo soy un niño! —grité y empecé a llorar— ¡Dejad que me marche con mi madre!

La Reina Nórvix se giró hacia las otras hormigas e hizo un gesto con las antenas a una de ellas.

—Coronel Yukig, por favor.

—Dios Rubén —me dijo con tono triste la otra hormiga—, lamento comunicarle que los humanos conocidos como mamá y papá fueron eliminados durante su rescate.

—¡No, no es verdad! —Casi no me salían las palabras— ¡Mentiroso, mentiroso!

Bajé la escalinata de un salto y empecé a darle puñetazos en la cabeza. La hormiga ni se inmutó, me apartó con una de sus patas, como cuando las vacas alejan las moscas con los movimientos de su cola. Me sentí insignificante. Me tiré al suelo de rodillas, me tapé la cara con las manos y lloré. Mamá y papá, muertos. Por mi culpa.

—¡Sois idiotas! —No podía contener la rabia, me limpié las lágrimas y los mocos con el dorso de la mano — Era mi madre la que me daba los quesitos. ¿Qué vais a hacer ahora que no está? No podréis seguir comiéndolos —concluí triunfante.

—No sea estúpido —me increpó la Reina—. Días después de comenzar la ocupación de la superficie nos hicimos con el mando de la fábrica de quesito. Su producción está en nuestras manos. Disponemos de todo el que queramos.

—Entonces ya no me necesitáis —se me ocurrió—, puedo irme.

—¡Ni hablar! —la Reina me miró con sus grandes ojos llenos de ojos pequeños.

—¡Soy vuestro Dios! —grité mientras subía a la parte de arriba de la escalinata— ¡Os ordeno que me dejéis marchar!

De nuevo estalló una carcajada general en la sala.

—¡He dicho que me voy! —exclamé indignado.

—No puede irse, no es libre —la Reina había tenido que apoyarse en la mesa para reponerse de la risa—. Todos sabemos que, efectivamente, no es un Dios. Pero el pueblo es ignorante, por eso necesita iconos, algo en lo que creer para no sentirse perdido. A nosotros nos conviene mantener idiotizada a la plebe para evitar sublevaciones. Usted es un simple ídolo que mantendremos aquí mientras siga siendo útil.

Una pareja de hormigas armadas se colocó en cada una de las puertas de la sala.

—¡Yo les contaré la verdad! —solté.

—No lo haréis —me prohibió la Reina—. Prácticamente no tendréis contacto con ningún humano. Visto que la sustancia con la que le dormimos ha acelerado su metabolismo y ha envejecido prematuramente, le proporcionaremos hembras de su especie para que se aparee con ellas y engendre hijos entre los que, cuando usted fallezca, elegiremos su sucesor.

—Ellas me ayudarán a desvelar el secreto.

—Lo dudo —añadió la Reina con sarcasmo.

***

No sé el tiempo que ha pasado desde ese día. Creo que años, pero no sé cuántos. No era un sueño, aunque en lo más profundo de mi ser todavía espero despertarme. Intenté rebelarme un par de veces, pero me picaban, dormía durante un tiempo y me despertaba más mayor. Comprendí que así no solucionaba nada. Empezaron a traerme concubinas. A todas les habían arrancado la lengua y provocado sordera. Hormigas malditas. Pero con una de ellas conseguí comunicarme. Nos escribíamos mensajes con los dedos sobre nuestras pieles. Ella me contó que había un movimiento de resistencia humana.

A partir de ese momento me mostré dócil y colaborador para ganarme la confianza de la Reina Nórvix y recabar información útil desde dentro. Los de la resistencia saben que me tienen retenido a la fuerza y que tienen mi apoyo. Sé que a estas alturas están muy organizados y que falta poco para que ataquen el cuartel general de la colonia. Pero yo ya no lo veré. He sentido un nuevo picotazo en la nuca, más intenso que otras veces. Alguien ha descubierto mi juego, estoy seguro. Y también estoy seguro de que esto es el fin, me dormiré y ya no me despertaré. O quizás sí. Quizás me despierte de nuevo en mi habitación. Sí. Entonces lo primero que haré será decirle a mi madre que no me gustan los quesitos. ¡Mamá, mamá! ¿Estás ahí?


Pinchando en este enlace podréis leer el relato en la antología (comienza en la página 93) y descargaros gratuitamente la antología completa en pdf.

No hay comentarios:

Publicar un comentario